viernes, 25 de enero de 2013

Mi safari favorito

Hay cazadores de autógrafos, mariposas, patos, venados. Otros pocos cazan tigres, leones y hasta rinocerontes. Caza farandulera, caza poética; caza menor y mayor. Unos esperan con paciencia a la salida de teatros y conciertos, otros escondidos en los matorrales. Los cazadores de peso organizan o se acoplan a safaris de alto vuelo en las grandes sabanas africanas. Más burgués, citadino y comodón, mi aventura favorita es ir de safari a la cachina, que es como tener al alcance, en la misma ciudad, un museo abierto, marginal y realmente fascinante.


Esta es para mí una afición que empezó desde temprano. Al principio iba los fines de semana a Tacora, la madre de todas las cachinas; allí por unos pocos soles encontraba maravillas que los vendedores tenían sólo como objetos inservibles, pero que luego eran modelos de mis naturalezas muertas o embellecían mi taller cerca a la Escuela de Bellas Artes; era la época de oro del cazador de corazón. Después, corrido el tiempo, me di alguna vuelta por los negocios de antigüedades de Miraflores (en los que los precios son como los de cualquier sofisticada tienda de la 5a. Avenida), y con más frecuencia por los de la Av. El Polo. Siendo cliente de estos negocios, uno puede llegar a colocar en su sala de trofeos variadas equivalencias a bellas cabezas de ciervos, leones y elefantes; pero la pradera cachinera surquillana, con sus recovecos llenos de movimiento, nos ofrece emoción, suspenso, y el ambiente ideal para la aventura. La verdadera caza tiene que entrañar algo de marginalidad, sana astucia, el ojo del cazador, y sobre todo, la emoción del hallazgo de aquello que por alguna razón imprecisa está como velado a la simple vista, esperando por nosotros.

Un buen cazador debe tener la ropa apropiada. Con el auge de las decoraciones retro, necesita distinguirse de los sólo compradores dispuestos a pagar lo que les pidan; y que son detectados al toque. El verdadero cazador debe pasar desapercibido, como un despistado que mira sin mucho interés, para no despertar la viveza de los vivos. El cazador reconoce el terreno, toma en cuenta los horarios, descubre y sigue las huellas, y es paciente y perseverante a la espera de su objetivo. Hay días en que no pasa nada, pocos visitantes y movimientos de rutina; pero los fines de semana todo adquiere animación y suele estar lleno de promesas y posibilidades. Habrá días en los que no se encuentre nada; y será necesario regresar otra vez, con el mismo ánimo de la primera.

El negocio que es prometedor tiene más bien objetos aparentemente de poco valor, un ambiente descuidado y poco atractivo; pero puede esconder lo que, por eso de los gustos para todos, no tiene interés para la mayoría y de pronto nos sorprende; la presa codiciada puede estar dormida en cualquier rincón. El buen cazador debe pasar por delante del objeto que lo ha deslumbrado como si no lo hubiera visto, y después de algunas vueltas, preguntar como con desinterés. Si el precio está a la altura del valor real de la pieza no es aventura ni hallazgo, sólo una transacción razonable, pero no caza de la verdadera. Volver después de un rato, y otra vez preguntar como por si acaso, suele dar buenos frutos, ya en el estribo.

Hay negocios que tienen objetos valiosos: muebles antiguos con aplicaciones de mármol, juegos de vajilla inglesa u holandesa, arañas y otras piezas de cristalería fina. Sus precios seguramente serán de anticuario; los vendedores saben lo que tienen y no están muy dispuestos a transar con el cliente. Hay otros vendedores que consideran lo antiguo sólo como viejo; y condescienden con el regateo por salir de la mercadería; al fin de cuentas venta es venta. Otros saben el valor de lo que venden, pero también reconocen el aprecio del cazador, y le rebajan con buena voluntad. Un buen día de safari en la cachina deberá permitirnos regresar a casa con una pieza bella, valiosa, en el mejor estado y a un precio realmente barato. Este es el propósito final de los que aman esta cacería exquisita.

Claro, siempre estará latente el riesgo de que, como todo, en estos tiempos de modas pasajeras, la cachina siga saliendo en los reportajes de TV y las revistas de fin de semana, y empiece a perder el encanto de lo que permanece todavía un poco oculto. Pero nada estará perdido; siempre habrá territorios desconocidos por descubrir, y bellezas nuevas que encontrar.



3 comentarios:

  1. Me desorientó la palabra "cachina". Crei que el autor se había dedicado a la bebida. Pero el peruanismo es sinónimo del "cambalache" de los porteños argentinos. Lugares llenos de fascinación cuando no lo echaron a perder los turistas. Porque cuando lo invaden los foraneas el cazador se transforma en presa. Hay que mantener el secreto para poder seguir la caza furtiva que es la más apasionante y que solo genera una muerte. Esa que luego de la caminata mencionamos al arrojarnos rendidos sobre un sillón diciendo: "Estoy muerto de cansancio"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esa aventura fascinante; siempre llena de expectativas: descubrir lo que permanece escondido de los demás; o que todavía no ha sido revelado a otros ojos.
      Gracias por el comentario, colega.
      Emilio

      Eliminar
  2. Esa aventura fascinante, siempre llena de expectativas:descubrir lo que permanece escondido, o que todavía no ha sido revelado a otros ojos.
    Gracias por el comentario, colega.
    Nos vemos cualquier día en el cambalache.
    Emilio

    ResponderEliminar