sábado, 23 de julio de 2011

Entonces pensé en los sueños

Esta tarde jugaban cerca mío Cayetana y Flavia, mis nietas. Se habían puesto sus chaquetas para poder entrar al fondo del mar a buscar ballenas y tiburones. Por un buen rato corretearon en medio de los peces, contándose lo que veían mientras seguían el hilo de su imaginación. Entonces pensé en los sueños.


La Linterna Mágica. 2010
Los juegos de los niños y los sueños transcurren en lugares alternativos, liberadora y creativamente; son ejercicios necesarios. Cuando soñamos, accedemos a espacios en los que podemos transitar –aligerados de los pesos y afanes cotidianos– por experiencias fascinantes a veces muy intensas.

Cada noche al acostarme voy dejando poco a poco, como en el andén de una estación de tren, que se deslicen las últimas imágenes, los últimos fragmentos de ese día; y como si alguien manipulara un dimer, paso en algún momento impreciso bajo el dintel del inconsciente. Entonces, como entre brumas, empezará una nueva historia, con los protagonistas que me cruzaré esa noche; registrando escenarios, palabras, gestos, que luego enriquecerán mi mundo visual y mi memoria, reapareciendo en el momento preciso en mi trabajo o en las conversaciones.

Se dice que todos soñamos, pero sólo los de sueño ligero recuerdan lo soñado. Debe ser así porque yo, que me puedo despertar con el ruido que hace una mosca cuando se tropieza, recuerdo con precisión mis sueños y sus detalles: rostros desconocidos, ambientes, colores, sensaciones; el desarrollo facetado de las tramas con sus encuadres, travellings y paneos; como si hubiera visto a través del visor de una cámara el desarrollo de un guión. Al despertar, antes de abrir los ojos, voy dejando ese clima poco a poco, con nostalgia; tratando de retener, como al agua entre los dedos, imágenes y sentimientos sordos que se van esfumando irremediablemente. Los terrenos del misterio son evanescentes, pero pueden dejar en nuestro mundo personal un impulso creativo vivo.

Según Freud, lo que soñamos expresa deseos reprimidos que son claves para desentrañar el origen de los patrones de conducta. Los surrealistas, estimulados por Bretón y con el fondo de las teorías freudianas, buscaban en lo onírico una fuente de inspiración, y la puerta culta para dar salida a sus demonios, término tan caro a muchos artistas e intelectuales. Sin ningún interés en el cultivo de las obsesiones ni en los vericuetos oscuros del inconciente, prefiero contemplar con dedicación las telas de los surrealistas y metafísicos que aprecio: De Chirico, Magritte, Delvaux; penetrar en los climas y silencios urbanos de Hopper, o disfrutar cualquier tarde del juego de los niños: escuela prodigiosa de inventiva y libertad; y vivir y trabajar en mi pintura con los cinco sentidos, construyendo con los sueños realidades.

Piazza d'Italia. Giorgio De Chirico

lunes, 18 de julio de 2011

Los oráculos mediáticos





Hace poco leí un artículo que ponía el dedo en una llaga que pocos se deciden a tocar: La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa. El artículo hace referencia a la banalización de nuestros tiempos, más interesados en el show que en la afirmación de la inteligencia. Es un enfoque lúcido que expresa inquietud intelectual y ética. Pero la realidad es poco auspiciosa; despertar de la frivolidad exige al hombre responsabilidad, la revisión de sus valores y su noción del sentido de la vida; conceptos poco significativos en nuestra sociedad hedonista, desaprensiva y light. Los salmones para poder ovar, y así realizarse en su naturaleza, deben nadar esforzadamente contra la corriente de los ríos. El hombre necesita remontar la inercia generalizada, despersonalizante y engañosa: canto de las sirenas; traje de la inteligencia que descubre su desnudez.


domingo, 10 de julio de 2011

Al encender el Emerson

"Los mejores y los peores momentos de nuestra vida,
siempre están acompañados de alguna buena canción".
(Anónimo)


Sólo tengo que posar la mano sobre la tableta, abrirla como un abanico, cerrarla, o tocarla levemente con el índice; y las imágenes y los sonidos vienen como por arte de magia. El iPad es algo ya común, en el contexto de la multiplicación de la tecnología que, aunque transcurre en el espacio virtual, es real, visible y manipulable.

Sin embargo, no supera la magia del descubrir –a través de la radio y luego de los discos de 78 rpm de carbón– toda la gama maravillosa de la música que me tocó conocer desde niño, al encender en casa el Emerson a tubos para escuchar lo que oían todos en ese entonces, en el que aún no había televisión en nuestra ciudad.