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El pintor y su modelo. Pablo Picasso |
La mayoría de las modelos de la Escuela de Bellas Artes eran jóvenes; posaban según las exigencias del programa, vestidas o para un desnudo. Tener que vencer por la necesidad el recato personal, se compensaba con el aprecio y respeto de los demás. Eran profesionales de la inmovilidad y el silencio; distantes durante su trabajo, pero sencillas y amigas en las horas de descanso; personajes concretos del imaginario romántico-bohemio de los estudiantes, ideales aunque cotidianas, aparentemente desconocidas, pero que aparecen en catálogos de las exposiciones anuales de la Escuela, en cuadros que cuelgan en casas, colecciones particulares y aun museos, regresando así a la memoria. Salían de detrás de un biombo, con algún traje o una bata que las cubría hasta empezar su trabajo; subían a la tarima, bajo la luz que delimitaba su territorio y las separaba de los caballetes que la rodeaban a contraluz. Entonces se meterían en sus pensamientos, se irían con ellos a otras partes, o se quedarían simplemente quietas, objetivas y abstractas.
Había una de ellas en particular, de
presencia cautivante, piel muy blanca, cabello negro y largo, a quien algunos
llamaban la española. Era la más
"distante" por su carácter reservado, y por el aura de misterio que
la hacía especial. Cuando posaba, todo quedaba un poco detenido, entre la
atmósfera que creaba el claroscuro de la escena y el magnetismo de su persona. Ya
de vuelta a la "realidad", todos la trataban con amistosa deferencia
y disimulada galantería, pero nadie iba más allá; su discreción trazaba un
límite invisible que acortaba al más audaz. Me acuerdo del nombre de todas,
pero no del suyo; tampoco los amigos de esa época. Aún en el recuerdo sigue
siendo misteriosa.
Lucía, por el contrario, era simple y
afectuosa; a veces melancólica y decaída; otras de un humor cándido e
inofensivo. Transitaba entre los avatares de una vida apretada por sus
necesidades de madre sola y su capacidad para entender el poco peso de lo
pasajero, tomado con buen ánimo. Más fresh era Luisita, de figura fina,
simpática y amiguera. Era desenvuelta y conversadora, conocía a gente del medio
y mantenía amistad con algunos fuera de la Escuela. El trabajo era para ella
una actividad pasajera, hasta que saliera algo "mejor"; mientras
tanto, la pasaba bien, siempre dispuesta para despegar.
Charo, una morena alta de facciones finas
y bien trazadas parecía salida de Ta
matete, un cuadro de Gauguin; era seria pero de trato ameno, y por un
tiempo mantuvo un romance con un escultor amigo. También recuerdo a Aída, cultivada
e inteligente; la veíamos en inauguraciones en las galerías del centro, siempre
con un maestro joven de la Escuela con quien finalmente se casó.
Distintas a las demás, como deslizadas
de un film de Godard, pasaron un tiempo por allí Katiuska y Giuliana, ligeras,
desenvueltas y llamativas. Andaban juntas, siempre rodeadas de los compañeros más
afanosos; encendiendo ánimos pero sin hacerse de problemas, gentiles y
desaprensivas. Así como llegaron, desaparecieron; dejando el recuerdo de su
paso breve y glamoroso.
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Silvette David. Silvette, dibujo a lápiz y óleo. Pablo Picasso |
Hola! me gustaría comunicarme contigo. Existe algún correo donde pueda escribirte? Gracias y saludos.
ResponderEliminarPuedes escribirme a dantzig60@gmail.com
EliminarE.Hernández
Puedes escribirme a dantzig60@gmail.com
EliminarE.Hernández