martes, 31 de mayo de 2011

Los habitantes

La Torre de Cayetana / 2011
"... Pero la casa tenía también un habitante singular, un unicornio que parecía sacado de un tapiz antiguo, porque era muy bello y vestía una capa carmesí y azul de Prusia con un monograma plateado que nadie sabía qué significaba. Siempre estaba mirando al horizonte, esperando a una princesa que le había prometido que un día lo vendría a buscar. Con el tiempo, se fue acostumbrando a estar en la casa, y la esperaba más bien para convidarle su merienda favorita: té de jazmín y tostadas con mermelada de naranja y ajonjolí; y para que la conocieran sus amigos, que nunca habían visto a una princesa de verdad. Y porque quería que ellos también supieran de otras promesas y venidas; y de la belleza de la espera.

domingo, 29 de mayo de 2011

Los mensajeros de cultura

Luis Soriano en el campo con sus ayudantes Alfa y Beto
Todos los fines de semana, Luis Soriano cruza el campo camino adentro, llevando a los dominios de la pobreza y el desamparo sus jardines encantados. Temprano enjaeza de cultura sus dos burros para llegar a tiempo a la cita; coloca sobre los lomos de los animales las alforjas con los libros y el singular cartel: Biblioburro. Los niños lo esperan ansiosos; "él trae cuentos, y lee los libros, y jugamos, y a veces pintamos...".
Bajo un árbol frondoso, en un rito sencillo y campechano, arma mesas y bancas, mientras los niños del caserío se acomodan expectantes.

sábado, 28 de mayo de 2011

La novia del viento

El 25 de Mayo murió Leonora Carrington, pintora, grabadora, escultora, dramaturga y escritora inglesa; tenía noventa y cuatro años y ha dejado en su obra ventanas que se abren a mundos habitados por seres fabulosos que transitan entre el sueño y una realidad secreta; metáforas y simbolismos entresacados de mitos celtas y toda la riqueza de la cultura mexicana.
Nacida en Lancashire, fue compañera de Max Ernst y amiga de los surrealistas. Cuando Ernst –quien la llamaba "la novia del viento"– fue tomado prisionero por razones políticas, cayó en una profunda depresión, siendo internada por su padre en un hospital siquiátrico en Santander, del que escapó. Huyendo de las hordas nazis viajó a Lisboa; de allí a Nueva York y finalmente a México, donde se quedó por setenta años.
Vivía en la colonia Roma, calle Chihuahua, en una casa de piedra con pasadizos adornados por helechos y una escalera de caracol por la que subía a su taller pintado de blanco, bajo la claraboya que recortaba el azul del cielo mexicano. Era, según Octavio Paz, "un personaje delirante, maravilloso...un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sombrilla que se convierte en un pájaro que se convierte después en un pescado y desaparece".
Al día siguiente de su muerte, su cuadro El árbol de la vida fue vendido en una subasta de Sotheby´s por 578,500 dólares: prosaico homenaje del que felizmente la Carrington no se llegó a enterar.

miércoles, 25 de mayo de 2011

La radio


Siendo niño, una de las cosas que me resultaba más emocionante era que, con cierta frecuencia, solíamos ir con mis padres a los auditorios de las radios América, El Sol, Excelsior, Central, para ver en persona a los famosos que visitaban Lima. No habiendo aún televisión, la radio era la distracción más popular y asequible; y todos los artistas de renombre recalaban en sus escenarios para el disfrute popular de la incipiente farándula de esos días. Siempre llegábamos temprano para conseguir los mejores lugares; con expectación creciente debíamos esperar largos minutos sentados frente a las cortinas del auditorio hasta que, llegada la hora, éstas se descorrían descubriendo el escenario iluminado, con el piano de cola, los atriles para la orquesta y los micrófonos. Poco a poco, conforme se apagaba el murmullo de la sala, iban entrando los músicos y acomodándose frente a sus partituras. Finalmente hacía su entrada el presentador, quien con estilo rimbombante, arrastrando las consonantes para darle más brillo a su impostada voz, anunciaba a la estrella de la noche que de pronto aparecía, materializando las fantasías de los afortunados que habían conseguido sus pases haciendo cola desde temprano en las oficinas de la emisora. A partir de entonces, todos seguiríamos las indicaciones de los avisos que se encendían en el momento oportuno: "Silencio", "En el aire", "Aplausos", colaborando con esos momentos que sin duda, aunque de otra manera, eran también mágicos para los que escuchaban sentados frente a los aparatos de radio en sus casas.
En esas noches memorables conocí a muchos famosos: Daniel Santos, Bienvenido Granda, Pedro Infante, Xavier Cugat, Dámaso Pérez Prado, Leo Marini, y otros que se esconden entre los vericuetos de la memoria; pero entre ellos, recuerdo especialmente a una cantante mexicana de la que no volví a saber más: Elvira Ríos, una mujer alta de cabello largo y ondulado, a quien llamaban "la voz de humo" por el sonido grave y profundo de su voz.

El Paisaje de la Lima bohemia y cambiante

Los "huecos" de la gente del medio cultural en los 60's 

Lima tenía algunos refugios en los que por las noches se reunía la gente del ambiente cultural: el Café Viena, en la calle Ocoña, a un paso del Instituto de Arte Contemporáneo, donde prácticamente residían algunos pintores abstractos reconocidos; el Versalles, más farandulero y de trasnoche, en los portales de la Plaza San Martín; el Tivoli, en La Colmena, donde se juntaba gente de teatro; el Palermo, en la misma avenida: más bar y menos café, reducto de escritores y poetas de izquierda; el Mario, en la esquina de Tacna con Colmena.

Freddy Ochoa en el Negro Negro
De estos lugares, sin duda el más emblemático era el Negro Negro, un sótano al costado del Bar Zela, propiedad de Rosa Barba. Allí tocaba el piano Freddy Ochoa, músico ciego de manos ligeras; mientras Pablo Branda, que además de músico tenía varios talentos, tocaba el contrabajo y cantaba con sabor propio hermosos sones cubanos; y algunas veces terminaba la noche con nosotros en el Zela, contándonos chistes con una gracia que todos le reconocían. Una noche encontré en el Negro Negro, sentado a la barra, a Sérvulo Gutiérrez, artista ya por entonces legendario a quien conocía sólo de vista. Me acerqué a él y lo saludé con respeto; el pintor me miró de costado y me preguntó si tenía un papel; tomé una hoja en blanco de un cuaderno de apuntes y se lo di. Entonces dibujó de cuatro trazos un rostro de mujer, tomó una flor del jarrón que adornaba la barra y coloreó con los pétalos el dibujo, tiñéndolo de carmesí. Me dio la hoja y volvió otra vez a su copa y a sus pensamientos. 

Una parte de la historia de la vanguardia de los 60's

El grupo Señal, Arte Nuevo y El ombligo de Adán 

Con Luis Arias Vera y Jaime Dávila, y con el propósito de trabajar y exhibir juntos, formamos un grupo al que llamamos Señal. Nuestra pintura tenía en común las estructuras mecánicas, el uso de signos y plantillas, y una decidida distancia con el lirismo condescendiente de mucha de la pintura reconocida en los círculos oficiales; teníamos claro lo que buscábamos y trazábamos proyectos en el aire, siempre esperando la ocasión de concretarlos. Coincidentemente Nicolás Maruy, un empresario interesado en el arte y que nos había comprado algunos cuadros, visionario y arriesgado, alquiló un local en el piso alto de un edificio en el pasaje Olaya con vista a la Plaza de Armas y sobre el café Atlantic, montó la Galería Solisol y nos invitó a exponer.

Para la exhibición editamos un catálogo con fotografías de Pepe Casals, y en la carátula las vías entrecruzadas de una estación de trenes. Unos meses después, motivados por la buena recepción a nuestro trabajo y ante una nueva invitación –con la inclusión en el grupo de José Tang y Armando Varela– estábamos exponiendo en el Instituto de Arte Contemporáneo, la sala más importante de Lima y que dirigía Mahia Biblos. En esa muestra colgué algunos cuadros de formato grande en los que empecé a utilizar matrices de serigrafía para imprimir con pistola de aire, junto a especies de armazones mecánicos y grafismos que se mezclaban entre sí, imágenes fotográficas sobre fondos de colores intensos. La muestra, que ocupó las dos salas del IAC, tuvo bastante notoriedad, enfrentando criterios y posiciones en el medio limeño, bastante conservador hasta entonces. Marta Traba, influyente teórica nacida en Buenos Aires y afincada en Bogotá, escribiría después en defensa del arte “culto” latinoamericano que propugnaba: “En 1966 los jóvenes arman meticulosamente una guillotina y la hacen funcionar regularmente a través del grupo Señal (…) En la primera exposición del grupo Señal (…) se abre el tajo profundo por cuya brecha entrarían en avalancha todas las nuevas formas”, señalando lo que vino después en el panorama de la pintura peruana.

Música y estilo de vida de los 70's

Las  invasiones
 
La noche anterior había visto la noticia por televisión. Estando cerca a Bellas Artes, como traía la Nikon, bajé por el jirón Junín hacia la Plaza de Armas. Una cuadra antes, soldados armados impedían el paso a la gente, que se aglomeraba tratando de ver a la distancia lo que ocurría en la explanada de Palacio. Debí mostrar mucha decisión al cruzar por entre los curiosos con la cámara en alto, porque los soldados me dejaron pasar. Las rejas de la Casa de Gobierno estaban resguardadas por dos hileras de tanques; grupos de hombres de prensa apostados en las esquinas observaban en silencio; algunos fotógrafos se acercaban a los pilotos de los tanques que, inmutables, miraban a otro lado; la tropa, desperdigada por todas partes cubría el perímetro de la plaza. El general Juan Velasco, argumentando la necesidad de tomar la justicia por las astas, había derrocado a Belaúnde mediante un golpe de estado y aseguraba que por fin los campesinos y los pobres tendrían un lugar en la historia (con el tiempo, las ilusiones de los olvidados de siempre terminarían diluyéndose: poder y justicia no han sido nunca buenos amigos).

Las paredes de la casa

Amantes
 paseando
por
 el
 aire
 fresco
 de
 la tarde 

O que beben vino
 en su mirador acústico


 La muerte prisionera
 de la Vida
 Catrina romántica pero vencida