martes, 31 de mayo de 2011

Los habitantes

La Torre de Cayetana / 2011
"... Pero la casa tenía también un habitante singular, un unicornio que parecía sacado de un tapiz antiguo, porque era muy bello y vestía una capa carmesí y azul de Prusia con un monograma plateado que nadie sabía qué significaba. Siempre estaba mirando al horizonte, esperando a una princesa que le había prometido que un día lo vendría a buscar. Con el tiempo, se fue acostumbrando a estar en la casa, y la esperaba más bien para convidarle su merienda favorita: té de jazmín y tostadas con mermelada de naranja y ajonjolí; y para que la conocieran sus amigos, que nunca habían visto a una princesa de verdad. Y porque quería que ellos también supieran de otras promesas y venidas; y de la belleza de la espera.



Sin embargo, era en la terraza, tras el ático, donde estaban los dos habitantes más exóticos. El primero era un tigre de Bengala que ya no gruñía, sino canturreaba canciones con su gruesa voz de bajo. Cada día lo hacía mejor, pero a los demás les parecía que todavía cantaba como si estuviera renegando. Por las tardes lo tocaba la nostalgia, recordando la selva; aunque ya se había olvidado de los tiempos en que corría tras alguna presa, y ahora disfrutaba más comiendo los pasteles de grosella que se preparaban en la casa. El otro era un viejo rinoceronte que había perdido el único cuerno que tenía y se divertía persiguiendo a los gorriones que venían a buscarlo para saltar sobre sus lomos. Era grande y de aspecto fiero; pero no hacía daño ni a la mariposa más pequeña. Las niñas los mimaban, y siempre estaban adornándoles el ambiente soleado con helechos africanos y hortensias; y en los cumpleaños, con globos de colores pastel.

Todos los sábados, ellas subían hasta la terraza para jugar al carrusel cabalgando sobre el tigre y el rinoceronte, que se engalanaban con monturas de organdí y penachos de papel crepé. Y los domingos, al atardecer, se reunían para escucharlos contar historias de elefantes, garzas y leopardos; de ríos bordeados de juncos con aguas azules como el cielo, y de aves de todos los colores que llenaban el aire con sus cantos y sus gritos, llamándose entre los árboles en sus dialectos.

Así era la vida en esa casa de colores transparentes como las de los cuadros holandeses. Los que pasaban por el camino, cansados de su ir y venir, se detenían para ver esa curiosa fachada, que tenía el ático como el rostro de una niña; o regresaban con sus hijos pequeños para disfrutar oyendo el canto de los pajarillos, las risas de las tres niñas y el amable canturrear que llegaba desde la terraza. Y algunos se preguntaban qué buscaría a la distancia ese personaje fabuloso de capa carmesí, azul y plata, que desde lo alto de la escalera de caracol miraba todas las tardes el horizonte como si soñara despierto. La gente intrigada, también miraba al cielo, como si todavía fuera posible algún prodigio. Entonces, muchos descubrían la belleza de la espera".
(Fragmento de un cuento escrito para mis nietas)

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