domingo, 13 de mayo de 2012

Miraflores del setenta

Sunset en el malecón. Foto: Mannover / André Ramírez
Miraflores era punto de encuentro y encrucijada clave para la gente de cabellos largos en los años setenta. Algunas esquinas de las avenidas Larco y La Paz, o parques tranquilos cerca al malecón, constituían el territorio paralelo ­–como un pasadizo virtual en medio de la ciudad y sus habitantes convencionales– en el que discurrían y se encontraban los amigos con sus bolsas artesanales y sus abalorios, adornos naturales y distintivos de esa generación nacida, crecida y multiplicada en las ciudades, como una respuesta espontánea frente al avance del sistema globalizado de consumo, que finalmente reinaría sin tropiezos desde finales del siglo XX.



El lugar natural para verse por las noches era el Parque Kennedy. Cruzando entre los que paseaban o conversaban sentados en sus antiguas bancas de madera y hierro, bajo los altos ficus, los que llegaban se juntaban al grupo que siempre estaba allí: artesanos, aventureros, músicos, viajeros sin hospedaje fijo. Una conversación sencilla era suficiente para hacer amistad con cualquiera, mientras se compartían los huiros que circulaban ilustrando el vínculo abierto e inclusivo que era característico en la relación de ese grupo variado y cosmopolita. Estar en un lugar como ese y sentarse en círculo junto a los otros, era como haber llegado a la isla a la que uno pertenecía.

Por la Larco andaban amigos entrañables con quienes mucho después encontraríamos un camino inédito: César Pomar, arquitecto; o Johnny Bello, finalista olímpico y ganador de medallas en sudamericanos y panamericanos de natación, a quien una noche –mientras pensaba que debería encontrármelo en ese momento como por arte de magia– al alzar los ojos vi frente a mí como una aparición, saludándome con un gesto oriental cual genio de la botella dispuesto a cumplir deseos. 

En la 28 de Julio, volteando frente a la bajada del Terrazas, estaba el Café-Teatro Zanzíbar, uno de los primeros lugares en que los grupos de entonces empezaron a tocar. En una casa contigua se juntaban Juan Luis y Raúl Pereira, algunos otros músicos, Enrique Unanue; y Aurora Braun, quien me regaló una bello ejemplar de Las mil noches y una noche, y con quien luego viviríamos en Cusco en la calle Siete Angelitos.

Boutiques de amigos, galerías de arte, ferias de artesanos; pequeños conciertos en cines o salas de teatro, o algunos mayores en el estadio municipal, eran parte del panorama y lugares para frecuentar eventualmente; o mejor aún, ir a tenderse en el malecón para ver el sunset, espectacular, bello y gratuito. Barrio tradicional, acogedor y con encanto propio; marco de encuentros, caminatas, tiempos disfrutados o perdidos en viajes disipados, a Miraflores no lo había tocado mucho la modernidad; al Parque Salazar de entonces no lo amenazaban los enormes ductos de espejo ni los subterráneos mercantiles de Larcomar; el Parque Kennedy no había sido violentado todavía por las toneladas de cemento que casi acabaron con su romanticismo; y la esquina de Diagonal con Pardo no estaba aún colonizada por el amarillo chillón del McDonald's; el cine Pacífico era amplio y cómodo, antes de la revolución de los multicines; y todavía eran posibles los prodigios, como el de una tarde en que con Francisco y Sonia Rivera, sin darnos cuenta, dejamos algunas cosas valiosas apoyadas en el pasadizo antes de la función. Al salir del cine, sin todavía habernos percatado del olvido, vimos a la distancia nuestras bolsas en el mismo lugar; y las tomamos otra vez al paso, casi sin comentarios: tan naturales eran para nosotros, cándidos y desaprensivos por voluntad propia, esos toques mágicos que nos tenía cualquier día la vida, tal como habíamos decidido vivirla.

Antiguo Parque Salazar

4 comentarios:

  1. Me encanta leer estos recuerdos y estoy contento de saber que hay otros que reflexionan así. gracias Emilio.

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    1. Gracias por tus palabras. Es que recordar es manetener vivo el efecto y el valor de las cosas y las circunstancias

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    2. Gracias por tus palabras. Es que recordar es mantener vivo el valor y el efecto de las cosas y las circunstancias.

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  2. Interesante pinturas literarias, Emilio si que ha vivido, lo felicito, me gustaría reunirnos un dia, hay tanto de que hablar como esos recuerdos imborrables del antiguo Miraflores

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