viernes, 21 de octubre de 2011

El tiempo de la indignación

Indignados en la Plaza Catalunya, Barcelona
El 15 de mayo de 2011, una serie de protestas pacíficas organizadas por la sociedad civil española, sería el inicio de un movimiento mundial que el 15 de octubre convocó manifestaciones en 951 ciudades de 82 países. Stéphane Hessel, autor del libro Indignáos inspiró el nombre del movimiento y su alzamiento creciente contra la indiferencia de los dirigentes del mundo.

El movimiento propugna la recuperación de los derechos básicos, el rechazo radical a la corrupción extendida, y al manejo de las clases políticas a favor de unas pocas élites económicas, a costa del empobrecimiento de las grandes mayorías: un elocuente identikit del carácter de este siglo de modernidad, sorprendentes avances tecnológicos y contrastes abismales. Es también un grito de hartazgo, y el clamor por una justicia hasta ahora utópica.


El sistema mercantilista de nuestro tiempo ha ido consolidando durante décadas al consumo como signo fundamental de progreso, seduciendo al hombre con las imágenes deslumbrantes de los comerciales televisivos y los costosos encartes; consiguiendo que hipoteque su dignidad esclavizándose a sus empleadores, ­para poder rendir culto en los grandes centros comerciales –los templos de nuestro tiempo– a los becerros de oro de las grandes marcas y diseñadores. Con este cebo, y otros de dominio político y bélico, se han estructurado mecanismos que han ido afianzando el poder de los grandes capitales –tributarios del poder de las grandes potencias– enarbolando discursos seudo democráticos, a la vez que articulando sistemas de manejo económico que concentren cada vez más el poder en unos pocos.



Mayo del 68, París
Pasado el sueño trunco y despertados a la realidad por la severidad de una crisis sin aparente salida, grupos cada vez mayores de jóvenes alrededor del mundo han empezado a salir del hechizo. En el mayo del 68 francés, un par de las muchas inscripciones que aparecieron en las paredes de La Sorbona, describen la mirada realista y la necesidad de respuestas de los antes dóciles cautivos del sistema: "La sociedad es una flor carnívora", y "En los exámenes, responde con preguntas". Desengañados, están dejando atrás el relajado hedonismo al que cada vez tienen menos acceso; enfrentando en la cara la avidez de sus esquilmadores y haciéndoles preguntas que estos eluden, cobijados en sus cómodos refugios.

A estas alturas, ya no es un asunto de izquierdas o derechas, devaluados estandartes de otras épocas; es una cuestión de dignidad y supervivencia. El American way of life, como el primoroso árbol de la navidad pasada, está secándose y perdiendo el brillo de sus oropeles; por su parte, el antaño glorioso "Hasta la victoria siempre", ha quedado en el camino, desnudado por el fracaso del poder que, una vez conseguido, descubre su incapacidad y comienza a morir.

Los ídolos de barro se caen uno a uno a pedazos; los espejismos de la libertad, el progreso y la justicia social, ocultado el sol de la confianza en los líderes políticos, se desvanecen. Es el tiempo de mirar a lo invisible, buscando la respuesta a las necesidades esenciales del alma, a la que ni las cosas que se compran ni los héroes de cartón pueden satisfacer.

"Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas".



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