Después de ese viaje visual forzado por el terreno de las preferencias de un público poco interesado en el cine de calidad, como surgiendo de otra dimensión, empezó la proyección de Las malas intenciones: un film inteligente e intenso sobre el drama íntimo de Cayetana, una niña que, al saber que su madre está embarazada, siente que ese hermanito por nacer la desplazará del espacio que hasta entonces, de alguna manera, había ocupado. Relacionada –aunque como a control remoto– con la madre casada de nuevo y siempre de viaje, y el padre afectuoso pero irresponsable, piensa que el día en que nazca su hermano ella se va a morir.
La historia, en un clima mezcla de fantasía brumosa y realidad, discurre entre la casa en Chaclacayo de familia de clase alta venida a menos, las calles de barrio que pasan por la pantalla a la velocidad del auto en el que Cayetana va al colegio; y su mundo privado, poblado por las láminas con los personajes de la historia que llenan su imaginación, con los que comparte heroicidades signadas por la derrota. Una fotografía y dirección artística impecables, música evocadora, y la actuación sorprendentemente sensible y madura de la niña Fátima Buntinx componen este bello film.
Hoy día quedamos en verla con nuestros hijos. Entonces entré a Internet para confirmar el horario, y me dí con que la daban en una única función a las 2:40 de la tarde, hora en que los adultos por lo general no pueden ir: una muestra elocuente del insensible y crematístico criterio de los distribuidores, que así arrinconaban a esta notable muestra del mejor cine nacional en el lugar de los castigados, por no corresponder al estilo desechable del cine comercial.
Otra vez tuvimos que soportar el atropello de los trailers agresivos y estridentes; pero esta vez encontramos más bien que eran –por el contraste con la película de García-Montero– una eficaz aunque involuntaria promoción al buen cine entre los espectadores que, siendo sensibles, no tienen casi nunca mucho que escoger, deviniendo por la costumbre en dóciles caseritos del "cine para pasar el rato". Al encenderse las luces esa tarde, habrían en la sala unas nueve personas en total.
Esta segunda vez salimos de la función, además de satisfechos, conmovidos; de un lado, por haber disfrutado de la calidad subyugante del film; del otro, por la pugna entre este sentimiento gratificante y el rechazo a la ignorancia, frivolidad y pésimas intenciones de los distribuidores, interesados sólo en el lucro, y sin el menor interés en ofertar un cine que contribuya a enriquecer la cultura en el Perú, sin la que nunca podremos acceder verdaderamente al desarrollo con el que todos soñamos.
Acabo de ver la película y me encantó. No tuve la oportunidad de verla en Perú y dada la circunstancia de mi estancia en Argentina( La Plata) he tenido la oportunidad de apreciarla.
ResponderEliminarMichael Venegas